EL MOTERO NACE O SE HACE

Para ser motero no basta con tener una moto. Una moto puede comprarse con más o menos dinero. Pero ser motero va mucho más allá. Ser motero no es tampoco una afición más. Puede ser una pasión heredada. De casta le viene al galgo, dice el refranero. Puede incluso que te venga marcado por alguna variante de tu código genético, quién sabe, o tal vez puede que el gusanillo de las motos te haya llegado a picar ya de mayor.

Un motero puede pasarse horas enteras con su gente, hablando de motores, modelos, trucajes… Como un poeta habla de su musa, o un joven enamorado, de su novia. Para un motero, su moto no es un simple medio de transporte, con el que salir airoso de los atascos y llegar puntual al trabajo. Para un motero, su moto es la misma Diosa Libertad con las alas desplegadas. Es tener una cómplice que te va a acompañar siempre, a las duras y a las maduras. Hasta el infinito y más allá. 

Entonces, cabe la duda… Un verdadero motero, ¿nace o se hace?

Para unos, ser motero es haber nacido con la gasolina corriendo por tus venas, con ese aroma a fuel pegando duro en la nariz y el furioso rugido de los escapes en los oídos. Una herencia irrenunciable de padres a hijos. Desde pequeño raspado por todos lados, pero con una sonrisa de oreja a oreja después de un acelerón y su consiguiente caída. Y sentir la misma ilusión del primer día cada vez que te vuelves a montar.
Para otros, las motos son una fuerza de atracción total. Chavales entusiastas de las dos ruedas que por fin pudieron montar a lomos de su propia moto al cumplir los 18, e incluso tipos más pasados en años, y que ahora son unos moteros de película porque se contagiaron con el ‘veneno’ o descubrieron más tarde su talento. Un sentimiento forjado a fuego lento, una auténtica historia de amor para toda la vida.

Hayas nacido o te hayas hecho motero, lo que no cabe duda es que aquí no hay medias tintas. A los moteros no les gustan las motos. Les apasionan. Pero no sólo ellas, sino todo el mundo que las rodea y el aura etérea, casi mística, que parece envolverlas. Libertad, hermandad, rebeldía quizás, respeto. Esos valores que te calan hondo y que se llevan por bandera en cada salida, en cada carrera, en cada paseo. Los moteros son clan.

Y sin duda, los moteros se descubren por sí solos. Se distinguen fácilmente, porque son muy descarados. En el mejor sentido de la palabra. No importa de qué o con quién estén hablando. Si escuchan rugir cerca una moto potente, te dejan con la palabra en la boca y giran el cuello con sumo descaro para admirar su belleza. Es así. Esa atracción lunática que ejercen sobre ellos es inevitable.

Si sientes bien dentro esa pasión sin límites por las dos ruedas. Si prefieres el camino más largo, aunque llueva, truene o ventee. Si devuelves cada saludo en la carretera. Si no hay sonido que te haga más feliz que un intenso rugido. Si cuando te caes te levantas con rabia, pero vuelves a girar el puño. Enhorabuena, porque tú sí eres un auténtico motero, que es lo que de verdad importa.

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EL MOTERO NACE O SE HACE

EL MOTERO NACE O SE HACE

Para ser motero no basta con tener una moto. Una moto puede comprarse con más o menos dinero. Pero ser motero va mucho más allá. Ser motero no es tampoco una afición más. Puede ser una pasión heredada. De casta le viene al galgo, dice el refranero. Puede incluso que te venga marcado por alguna variante de tu código genético, quién sabe, o tal vez puede que el gusanillo de las motos te haya llegado a picar ya de mayor.

Un motero puede pasarse horas enteras con su gente, hablando de motores, modelos, trucajes… Como un poeta habla de su musa, o un joven enamorado, de su novia. Para un motero, su moto no es un simple medio de transporte, con el que salir airoso de los atascos y llegar puntual al trabajo. Para un motero, su moto es la misma Diosa Libertad con las alas desplegadas. Es tener una cómplice que te va a acompañar siempre, a las duras y a las maduras. Hasta el infinito y más allá. 

Entonces, cabe la duda… Un verdadero motero, ¿nace o se hace?

Para unos, ser motero es haber nacido con la gasolina corriendo por tus venas, con ese aroma a fuel pegando duro en la nariz y el furioso rugido de los escapes en los oídos. Una herencia irrenunciable de padres a hijos. Desde pequeño raspado por todos lados, pero con una sonrisa de oreja a oreja después de un acelerón y su consiguiente caída. Y sentir la misma ilusión del primer día cada vez que te vuelves a montar.
Para otros, las motos son una fuerza de atracción total. Chavales entusiastas de las dos ruedas que por fin pudieron montar a lomos de su propia moto al cumplir los 18, e incluso tipos más pasados en años, y que ahora son unos moteros de película porque se contagiaron con el ‘veneno’ o descubrieron más tarde su talento. Un sentimiento forjado a fuego lento, una auténtica historia de amor para toda la vida.

Hayas nacido o te hayas hecho motero, lo que no cabe duda es que aquí no hay medias tintas. A los moteros no les gustan las motos. Les apasionan. Pero no sólo ellas, sino todo el mundo que las rodea y el aura etérea, casi mística, que parece envolverlas. Libertad, hermandad, rebeldía quizás, respeto. Esos valores que te calan hondo y que se llevan por bandera en cada salida, en cada carrera, en cada paseo. Los moteros son clan.

Y sin duda, los moteros se descubren por sí solos. Se distinguen fácilmente, porque son muy descarados. En el mejor sentido de la palabra. No importa de qué o con quién estén hablando. Si escuchan rugir cerca una moto potente, te dejan con la palabra en la boca y giran el cuello con sumo descaro para admirar su belleza. Es así. Esa atracción lunática que ejercen sobre ellos es inevitable.

Si sientes bien dentro esa pasión sin límites por las dos ruedas. Si prefieres el camino más largo, aunque llueva, truene o ventee. Si devuelves cada saludo en la carretera. Si no hay sonido que te haga más feliz que un intenso rugido. Si cuando te caes te levantas con rabia, pero vuelves a girar el puño. Enhorabuena, porque tú sí eres un auténtico motero, que es lo que de verdad importa.

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